Revista contemporánea . VÍCTOR SUÁREZ CAPALLEJA. (Se concluirá.) / DIMITRI ROUDINE POR IVAN TOURGUENEF Continuación (l). XI. olinzof se levantó á las diez y supo con gran ad-miración que Lejnieff estaba sentado en su bal-cón y le hizo llamar. —¿Qué ha sucedido?—le preguntó.—¿No que-rías volverte á tu casa? —Sí, es verdad; pero he encontrado á Estabasolo andand© por los campos como un loco, y entonces me hevuelto. —¿Te has vuelto por haber encontrado á Roudine? —Es decir, hablándote francamente, no sé yo mismo porqué me he vuelto; probablemente por haber pensado en querido hac
Revista contemporánea . VÍCTOR SUÁREZ CAPALLEJA. (Se concluirá.) / DIMITRI ROUDINE POR IVAN TOURGUENEF Continuación (l). XI. olinzof se levantó á las diez y supo con gran ad-miración que Lejnieff estaba sentado en su bal-cón y le hizo llamar. —¿Qué ha sucedido?—le preguntó.—¿No que-rías volverte á tu casa? —Sí, es verdad; pero he encontrado á Estabasolo andand© por los campos como un loco, y entonces me hevuelto. —¿Te has vuelto por haber encontrado á Roudine? —Es decir, hablándote francamente, no sé yo mismo porqué me he vuelto; probablemente por haber pensado en querido hacerte compañía; ya tendré tiempo de volver ámi casa. Volinzoff se sonrió amargamente. —¡Eso es! Ya no se puede pensar en Roudine sin pensar almismo tiempo en mí... Que nos sirvan el té—gritó al criado. Se habían puesto á almorzar los dos amigos. Lejnieff ha-blaba de la administración de los bienes, de su nuevo proce-dimiento para cubrir las granjas con cartón (l) Véase la pág. 229 de este tomo. DIMITRI ROUDINE $5$ De repente salta Volinzoff en la silla y pega en la mesacon tanta violencia que hace entrechocar las tazas y las copas. —-No—exclama;—no tengo valor para soportar esto pormás tiempo. Provocaré á ese prodigio, me matará ó lograrémeter una bala en su frente de sabio. — ¡Qué tienes! ¡Qué tienes! Por piedad. ¿Cómo puedes gri-tar de esa manera?—dijo Lejnieff reprendiéndole.—¿Qué teda? Me has hecho que tire el cigarro. —¿Qué me da? Que no puedo oir pronunciar su nombre ásangre fría; todo bulle en mí. —Basta, basta. ¿No te da vergüenza?—respondió su ami-go cogiendo el cigarro.—Déjale tranquilo. —Me ha ofendido—continuó Volinzoff paseándose por elcuarto.—Sí, me ha ofendido profundamente. Tú mismo tie-nes que convenir en ello. En el primer momento yo no medi cuenta, estaba demasiado sorprendido, y el hecho es que¿quién podía esperar eso? Voy á probarle qu
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