Doña Sancha de Navarra, novela histórica . gritaba á sus sol-dados que se rehiciesen, y heria furioso en ellos, viéndosedesobedecido. Entre tanto y á cada momento menguaba elescuadrón, y llegó al fin el caso de que se encontrase solocon cuatro soldados. Entonces saltaron de entre las breñas como unos cin-cuenta hombres. Don Vela, que habia sospechado una trai-ción do Ayelah, vaciló en su recelo al ver que aquelloshombres que le rodeaban, no eran egipcios, sino buenos ylegítimos bandidos leoneses, de los que á despecho de los se-ñores alcaldes del concejo hervían á los alrededores de Leó*.i


Doña Sancha de Navarra, novela histórica . gritaba á sus sol-dados que se rehiciesen, y heria furioso en ellos, viéndosedesobedecido. Entre tanto y á cada momento menguaba elescuadrón, y llegó al fin el caso de que se encontrase solocon cuatro soldados. Entonces saltaron de entre las breñas como unos cin-cuenta hombres. Don Vela, que habia sospechado una trai-ción do Ayelah, vaciló en su recelo al ver que aquelloshombres que le rodeaban, no eran egipcios, sino buenos ylegítimos bandidos leoneses, de los que á despecho de los se-ñores alcaldes del concejo hervían á los alrededores de Leó*.i ^-^Entrégate, conde, exclamó roncamente el que pare*cía jefe de los bandidos, atlético jayán de anchas espaldasy cuello de toro: hace mucho tiempo que pensaba en tí, por-que tu cabeza vale un buen rescate. -^?{ -ííi-¡Hola! ¿con que crees que yo valgo?., dijo con unaadmirable serenidad don pues te engañ antesvalia pero ahora solo soy conde de un miserablecastillejo y esclavo del rey. •fJX^. Entrégate, conde, — esclamó roncamenteel que parecia jefe de los bandidos. DE NAVARRA. 229 —¡Oh! joh! todos dicen lo mismo, exclamó el bandidoasiendo las bridas del caballo del conde, que no opuso re-sistencia: todos sois pobres, pero cuando se os aplica fuegoá las plantas de los pies, ó se os cuelga cabeza abajo, á laspocas pruebas acontece que os acordáis de un tesoro en-terrado ó de otra cosa semejante. Vamos, mi buen caballe-ro, entrégame tu lanza y tu espada, y sigue adelante: yo leserviré de palafrenero, lo que no es poca honra. —Espera, bravo camarada, espera, dijo el conde: demí nada puedes sacar annquc me quemes á fuego lento,porque nada tengo; pero puedo procurarte la prisión deuna persona que te daria tesoros por su cabeza. —¿Y quien es esa persona? dijo con un acento de sór-dida avaricia el bandido. —El conde de Castilla. El jayán lanzó una ruidosa carcajada. —¡El conde de Castilla! exclamó; vamos,


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