La Mujer . sitios, pisan-do siempre restos liu-manos. Al llegar á unal)atería austríaca, queguardaba entonces pro-fundo silencio, y en de-riedor de la cual ha-l)ian muerto muchossoldados italianos, oí-mos de repente una vozque salió de aquellosviñedos diciéndonos:Piedad, en nombre delaMadona. Eraunber-saglieri. que se sentíamorir, y pedía que sele llevara un le consolé y le ani-mé, á pesar de que suslierídas eran mortales,como producidas en elpecho por cascos degranada. Quisimos ir á buscar la carreta de la ambulancia pa-ra trasportarle; pero el pobre soldado se opuso, conocea-do
La Mujer . sitios, pisan-do siempre restos liu-manos. Al llegar á unal)atería austríaca, queguardaba entonces pro-fundo silencio, y en de-riedor de la cual ha-l)ian muerto muchossoldados italianos, oí-mos de repente una vozque salió de aquellosviñedos diciéndonos:Piedad, en nombre delaMadona. Eraunber-saglieri. que se sentíamorir, y pedía que sele llevara un le consolé y le ani-mé, á pesar de que suslierídas eran mortales,como producidas en elpecho por cascos degranada. Quisimos ir á buscar la carreta de la ambulancia pa-ra trasportarle; pero el pobre soldado se opuso, conocea-do lo inútil de los socorros que se le prodigaran. ,.Noquiero morir solo, exclamó, y tenía razón, i Es tan tris-te morir solo en un campo de batalla, rodeado de loshorrores de la lucha y de la tempestad al mismo tiempol A los pocos instantes exhaló el último sus]iiro. Nosotros estábamos aterrorizados, y ya comenzabaá despuntar el día. A las cuatro y media entrábamosde regreso en EN LA CHINA
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