La Mujer . rsonas de ideas fúnebres opinan que la gUrra del Transvaal, las úl-timas inundaciones y estos catarros per-tinaces, constituyen el preludio de la di-solución terráquea, y uno de los másaferrados á esta idea es D. LucrecioPerquillo, casero temible, quien practi-cando aquella máxima caritativa de co-bra y tío pagues, que somos mortales,procura liquidar cuantos créditos tiene á su favor,olvidando los á su contra. —Mira, Pancracia,—dice á su mujer, (una espinacaen estado fósil),—manda la cuenta al inquilino del ter-cero, pues tan preocupado estoy por su catarro, queesta noche soñé había


La Mujer . rsonas de ideas fúnebres opinan que la gUrra del Transvaal, las úl-timas inundaciones y estos catarros per-tinaces, constituyen el preludio de la di-solución terráquea, y uno de los másaferrados á esta idea es D. LucrecioPerquillo, casero temible, quien practi-cando aquella máxima caritativa de co-bra y tío pagues, que somos mortales,procura liquidar cuantos créditos tiene á su favor,olvidando los á su contra. —Mira, Pancracia,—dice á su mujer, (una espinacaen estado fósil),—manda la cuenta al inquilino del ter-cero, pues tan preocupado estoy por su catarro, queesta noche soñé había, en un golpe de tos muy fuerte^arrojado cuantos órganos y organillos tenía en el vien-tre, quedándosele éste desalojado por completo. Las bocas de los transeúntes que cruzan las calles,parecen regaderas ambulantes, de donde sacamos unívconsecuencia lógica, cual es que para combatir estos-efectos, el mejor remedio un buen sobretodo. (Colaboración) Carlos Rodao Herná 1 Qué corte nos vamos Adar cuando vayamos á laExposición de Paris, con es-tas encomiendas v cruces ! PLATONICISMO (colaboración^ —¿Está el doctor? —Sí, señora.—Anuncíele que está aquíDoña Lucrecia Turquípues deseo sin demorasaber qué opina de mí. —La espera el doctor Zurita—Gracias.—¿Se puede? —Adelante. — —Señ—Voy á decirle al instantela causa de mi visita.—Sentáos. joven, y hablad.— Gracias, doctor; pues yo vengoá que me diga en verdadpor los síntomas que tengo,si es grave mi enfermedad.—Oigo. —Tengo una opresiónal pecho, que me torturay tal es mi situaciónque me lleva á la locura,y hiere mi corazón;me dan frecuentes días en que el alma presn de fuertes latidos,me obliga á exhalar gemidosy en vano busco la calma.¿Me quiere Vd. explicarpor qué mi corazón buscalas sombras para llorar?¿podría Vd. extirparesta afección que me ofusca?Si busco alivio al quebrantosolo la tristeza encue


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