. Madrid viejo : crónicas, avisos, costumbres, leyendas y descripciones de la villa y corte en los siglos pasados. bios, conducidos«por palafreneros, y seis muías cubiertas de«terciopelo bordado de oro, que llevaban los^rejoncillos. Cada combatiente tenía igualmente»su comitiva y todos estaban ricamente vestidos,«con variados colores y plumajes, bandas y di-»visas. «Cada caballero llevaba cuarenta lacayos,«vestidos de indios, turcos, húngaros ó moros.«Esta comitiva paseó la plaza y se retiró des-»pues á la barrera. »No bien el primer toro se presentó en la pla-»za, cuando una lluvia de dardos


. Madrid viejo : crónicas, avisos, costumbres, leyendas y descripciones de la villa y corte en los siglos pasados. bios, conducidos«por palafreneros, y seis muías cubiertas de«terciopelo bordado de oro, que llevaban los^rejoncillos. Cada combatiente tenía igualmente»su comitiva y todos estaban ricamente vestidos,«con variados colores y plumajes, bandas y di-»visas. «Cada caballero llevaba cuarenta lacayos,«vestidos de indios, turcos, húngaros ó moros.«Esta comitiva paseó la plaza y se retiró des-»pues á la barrera. »No bien el primer toro se presentó en la pla-»za, cuando una lluvia de dardos arrojadizos,«llamados banderillas, cayó sobre él, excitando«el furor de la fiera con sus vivas picaduras.«Corría entonces á buscar al caballero, el cual»le esperaba con una pequeña lanza en la ma-»no; hincaba su punta en el toro, y quebrado«el mango, daba una airosa vuelta, y burlaba,«esquivando, la furia del animal. Un lacayo«presentaba entonces al caballero otro rejoncillo,«y volvia á repetir la misma suerte. El toro en-«tonces, fuera de sí, ciego de cólera, se adelantó. LA PLAZA MAYOR 259 »una vez rápidamente al Conde de Konisnarck.»Un grito general se oyó en toda la plaza. La«Reina, no pudiendo resistir este espectáculo,))tan nuevo para ella, se cubrió la vista con la«mano. El joven resistió el primer ímpetu del«toro, pero insistiendo éste, con el caballo, cayó«revuelto con él, en tanto que un diestro, ves-«tido á la Morisca, llamó la atención del ani-»mal y le pasó la espada tan felizmente, que la«fiera cayó redonda á sus pies. Las músicas re-»sonaron de nuevo, las aclamaciones frenéticas»de la multitud poblaron los aires, y el Rey«arrojó una bolsa de oro al intrépido matador.«Seis muías, adornadas de cintas y campanillas,«arrancaron en seguida al toro muerto, fuera«del avenal. Los lacayos retiraron al Conde muy«mal herido, y el drama volvió á empezar con«otro segundo toro.» Como se vé, á la e


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