. Riverita . IV. ajó la escalera lentamente, de mal hu-mor, con el alma triste y fatigada; sen-tía el descontento de sí mismo queacompaña siempre á los placeres ilícitos.¡Qué ajeno estaría el pobre D. Pablo Bembo áque el niño que levantaba en alto con sus desco-munales manos «para ver á Dios» había de ser conel tiempo quien escarneciera su nombre! Este pen-samiento le causaba una desazón profunda. Envano se decía, para apagar el grito de la conciencia,que la generala ya lo había deshonrado más deuna vez; que si él no, otro sería- que el pecado áfuerza de repetirse había pasado á ser venial en


. Riverita . IV. ajó la escalera lentamente, de mal hu-mor, con el alma triste y fatigada; sen-tía el descontento de sí mismo queacompaña siempre á los placeres ilícitos.¡Qué ajeno estaría el pobre D. Pablo Bembo áque el niño que levantaba en alto con sus desco-munales manos «para ver á Dios» había de ser conel tiempo quien escarneciera su nombre! Este pen-samiento le causaba una desazón profunda. Envano se decía, para apagar el grito de la conciencia,que la generala ya lo había deshonrado más deuna vez; que si él no, otro sería- que el pecado áfuerza de repetirse había pasado á ser venial en lasociedad elevada; que lejos de rebajarle á los ojosde ella, sería una gracia más entre las muchas quele concedían. De todos modos, le decía una voz 54 ARMANDO PALACIO VALDÉS interior, la falta de la generala no puede excusarla tuya; si todos se echasen la misma cuenta, elmundo no sería más que un hato de picaros; ade-más, él estaba en peor caso que los otros porquetenía con lariverita02pala


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