. Isabel la Católica; ó, El corazón de una reina, novela histórica; ilustraciones de L. Labarta. Eso no!... ¡Permanezca oculta mi vergüenza ál amparodel secreto! Exaltándose, á pesar de sus esfuerzos para conservarla calma, agregó: —¡Y sin embargo, yo necesito castigar al infame! ¡Sucastigo demandan mi dignidad y la justicia! ¡Es precisoque sufra la pena de su culpa y que sufriendo aprenda árespetar el honor de una familia ilustre, las canas de unanciano caballero y la pureza de una inocente doncella!... De pronto lanzó un grito de júbilo, iluminóse su rostroy un nombre acudió á sus labios, —¡


. Isabel la Católica; ó, El corazón de una reina, novela histórica; ilustraciones de L. Labarta. Eso no!... ¡Permanezca oculta mi vergüenza ál amparodel secreto! Exaltándose, á pesar de sus esfuerzos para conservarla calma, agregó: —¡Y sin embargo, yo necesito castigar al infame! ¡Sucastigo demandan mi dignidad y la justicia! ¡Es precisoque sufra la pena de su culpa y que sufriendo aprenda árespetar el honor de una familia ilustre, las canas de unanciano caballero y la pureza de una inocente doncella!... De pronto lanzó un grito de júbilo, iluminóse su rostroy un nombre acudió á sus labios, —¡Pacheco!—exclamó. Y tras breve meditación dijo, respondiendo á sus pen-samientos: —Sí... ¿Por qué no?... ¡Es nuestro eqemigo!... De estemodo sirvo á nuestra causa y me Levantóse, requirió la capa y el birrete, se embozó, co-mo si de sus mismos servidores recelara que leyesen ensu rostro su vergüenza, salió á la calle realejo diciendo: —¡El secreto ultraje que mi honra infama, será secre-tamente castigado! CAPÍTULO XIII La venganza de Medina. ORPREKDIDO quedó Pacheco al oir el anun-cio de uno de sus ugieres, de que su no-ble amigo D. Manuel de Medina, solici-taba verle con urgencia.—¿Qué ocurrirle podrá,—pensó Villena,—cuando hacepocas horas nos vimos y hablamos? ¿Me traerá acaso nue-vas noticias de esos malhadados amores que por él hesabido? Apresuróse á recibirle, encubriendo con la cortesía lacuriosidad.í^ Extrañóle desde luego y púsole en cuidado la mudan-za que en el semblante de advertía, pues noera el anciano caballero hombre que el disimulo domina-se, y á pesar de todos sus esfuerzos por aparecer tranqui-lo, la agitación causada en él por la entrevista habidacon su hija, salíale al rostro. —Pláceme ver una vez más mi casa honrada con vues-^ tra presencia,—dijole D. Juan,—y que habléis ansio parasaber en qué puedo serviros. 14 106 A. CONTRERAS —¿Puede escuchar alguno lo


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