La Mujer . los míos blancos y al menos tendrásalgo. —Si no es más que eso, te los doy con alegría. Y le dio su espléndida cabellera en cambio de lablanca de la vieja. Entró en el ^„jardín de lamuerte, en quese aglomera-ban las plantasmaravillosa-mente. Habíadébiles jacin-tos cubie rto 8con fanales decristal; vigoro-sas anémonas;plantas acuáti-cas, unas flore-cientes, otrasenfermizas portener serpien-tes enredadasen sus tallos,otras llenas deescarabajos ne-gros que dabancontinuas mor-deduras á susraíces; elegan-tes palmeras,plátanos, enci-nas. El perejilcreciendo al ía-do del tomillo en flor. C
La Mujer . los míos blancos y al menos tendrásalgo. —Si no es más que eso, te los doy con alegría. Y le dio su espléndida cabellera en cambio de lablanca de la vieja. Entró en el ^„jardín de lamuerte, en quese aglomera-ban las plantasmaravillosa-mente. Habíadébiles jacin-tos cubie rto 8con fanales decristal; vigoro-sas anémonas;plantas acuáti-cas, unas flore-cientes, otrasenfermizas portener serpien-tes enredadasen sus tallos,otras llenas deescarabajos ne-gros que dabancontinuas mor-deduras á susraíces; elegan-tes palmeras,plátanos, enci-nas. El perejilcreciendo al ía-do del tomillo en flor. Cada arbusto, cada árbol tenía su nombre y repre-sentaba una persona en vida en la tierra. Los había deChina, de (íroeedlandia; en fin, del mundo entero. Había grandes plantas en tiestos tan pequeños, queparecía imposible que pudieran sostenerse; flores peque-ñitas en vasitos de porcelana y cubiertas con el mayorcuidado de musgo. La pobre madre se inclinaba sobro todas las planti-. tas humildes para escuchar aquellos millares de corazo-nes humanos. De pronto dijo ¡Aquí está! y extendió su mano paracoger una triste plantita de lactus, cuya flor se inclinabamarchita y caída hacia el suelo. —¡No toques á la flor!—dijo la vieja.—Acércate á ellasolamente, y cuando la muerte venga no se la dejesarrancar; dile que si la toca, tú, para vengarte, vas áarrancar todas las plantas que puedas. Entonces se asus-tará, porque ella tiene que responder á Dios de puede ser cortada hasta que El no dé su per-miso. Súbitamente, todas las plantas y hasta el aire mismose agitaron con horror, y la pobre ciega comprendió quela muerte se acercaba. —¿Cómo has podido llegar antes que yo?—le dijo.—¿Quién te ha enseñado el camino? —S03 madre—dijo ella. La muerte extendió su mano para coger la delicaday enfermiza plantita: pero la madre la tenía rodeada conlas suyas fuertemente, cuidando de no tocar á ningúnpétalo y no lastimarl
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