. Isabel la Católica; ó, El corazón de una reina, novela histórica; ilustraciones de L. Labarta. s preciado de los —No prosigáis,—le interrumpió el anciano con severi-dad,—que si indulgencia hallan vuestros arrebatos, en laconsideración de las causas que los motivan, dispuestoestoy á obtener de vos el respeto que mi hija y yo mere-cemos por nuestra desventura. Repito una vez más quesomos desgraciados, pero no culpables. Aquí se trata deun error del que vos y nosotros somos víctimas. Seguidoyéndome y os convenceréis de ello. —No necesito oíros. ¿Para qué? ¿Es cierto que vuestrahija e
. Isabel la Católica; ó, El corazón de una reina, novela histórica; ilustraciones de L. Labarta. s preciado de los —No prosigáis,—le interrumpió el anciano con severi-dad,—que si indulgencia hallan vuestros arrebatos, en laconsideración de las causas que los motivan, dispuestoestoy á obtener de vos el respeto que mi hija y yo mere-cemos por nuestra desventura. Repito una vez más quesomos desgraciados, pero no culpables. Aquí se trata deun error del que vos y nosotros somos víctimas. Seguidoyéndome y os convenceréis de ello. —No necesito oíros. ¿Para qué? ¿Es cierto que vuestrahija es una mujer sin honra? —Sí. —¡Lo es! ¡Lo confesáis?!... ¿Qué más es necesario quesepa? ISABEL LA CATÓLICA 637 —Que no os hemos engañado. Puedo presentaros prue-bas de ello. —¡Pruebas! —Gomo todo reo acusado de un delito, tenemos el de-recho de defendernos. ¡Escuchad nuestra defensa! Paredes no respondió á estas palabras; pero anonada-do por su propio infortunio inclinó la cabeza sobre el pe-€ho, dispuesto á escuchar. CAPITULO XXXII Aclaraciones.
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