La captura de Sorocaima . pronto y regresa a tu puesto de combate que sinuestros guerreros no te ven en la batalla per-derán el ánimo. Conopoima comprendió exactamente lo queMariara quería decirle y recordó la conversa-ción que había tenido con ella la noche anterioren el cerro de Las Palmas. Rápidamente tomó ensus brazos a los dos pequeños y corrió como ungamo hacia la cueva de Cuando estuvo de regreso se dio cuenta deque los soldados españoles avanzaban por todaspartes y sus huestes de flecheros se retirabandesordenadamente diezmadas por las cerradasdescargas de arcabuces. No


La captura de Sorocaima . pronto y regresa a tu puesto de combate que sinuestros guerreros no te ven en la batalla per-derán el ánimo. Conopoima comprendió exactamente lo queMariara quería decirle y recordó la conversa-ción que había tenido con ella la noche anterioren el cerro de Las Palmas. Rápidamente tomó ensus brazos a los dos pequeños y corrió como ungamo hacia la cueva de Cuando estuvo de regreso se dio cuenta deque los soldados españoles avanzaban por todaspartes y sus huestes de flecheros se retirabandesordenadamente diezmadas por las cerradasdescargas de arcabuces. No había ya nada que hacer. La batalla estabaprácticamente perdida para ellos. Los españolesocuparían en pocos minutos el poblado y dego-llarían a todos los que encontrasen en él. Enardecido se lanzó sobre un jinete que en-traba en ese momento en el pueblo, lo derribóde un golpe y saltó sobre el corcel lanzándolo agalope tendido contra el grupo de Garci-Gonzálezque marchaba victoriosamente. — 172 —. —¡Atrás, malditos;, exclamó fuera de sí mien-tras golpeaba sin cesar a diestra y siniestra. Doshombres cayeron de sus caballos con las cabezasdestrozadas, pero eran muchos contra él y dandoel frente heroicamente cayó a su vez herido mor-talmente por la espada de Mariana sentada a la puerta de su choza veíacomo les guerreros de Conopoima cedían ante elempuj3 de los españoles. El pueblo estaba ya casiabandonado. Los soldados penetraban en los ran-chos y arrastraban por los cabellos a las mujeresque todavía no habían podido huir. Un grupo de soldados se acercó a ella. —¿Qué haces ahí tan quieta?, preguntó unode ellos—. Mariara no respondió. —Si juzgamos por los atavíos que lleva debeser una mujer de importancia —comentó otro—. —¡Hacedla presa!, —ordenó un tercero—. Uno de los soldados, casualmente el que ha-bíale cortado la mano a Sorocaima, intentó asirlapor un brazo, pero Mariara sin darle tiempo a — 174 —


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