El doncel de don Enrique, el doliente; historia caballeresca del siglo XV . itial el hermosopañuelo que bordado de su propia manotraía, y en que lucía su nombre con grue-sos caracteres góticos de oro y seda arti-ficiosamente mezclados. El mas profundoletargo habla sobrecogido á la celulada,y el astrólogo conocia efecti^^amente muybien el maravilloso efecto de la narcóticabebida. — ¡Es mía! dijo, después de un mo-mento de silencio, el físico: ¡es mia! aña-dió levantando el antifaz con que se ha-bia cubierto la dueña la cara antes de dormirse 9 y volviendo ádejarle caer so^bre sus hermosas facci
El doncel de don Enrique, el doliente; historia caballeresca del siglo XV . itial el hermosopañuelo que bordado de su propia manotraía, y en que lucía su nombre con grue-sos caracteres góticos de oro y seda arti-ficiosamente mezclados. El mas profundoletargo habla sobrecogido á la celulada,y el astrólogo conocia efecti^^amente muybien el maravilloso efecto de la narcóticabebida. — ¡Es mía! dijo, después de un mo-mento de silencio, el físico: ¡es mia! aña-dió levantando el antifaz con que se ha-bia cubierto la dueña la cara antes de dormirse 9 y volviendo ádejarle caer so^bre sus hermosas facciones luego que lavio profundamente dormida. Tengola se-gura aqui para mas de dos horas. Unahora tengo para hablar con su alteza;otra para el desenlace de esta intriga in-fernal. Infernal, sí, pero pagada. Esta esla circunstancia que han de tener las in-trigas. Dichas estas palabras, reconoció elastrólogo su habitación y las puertas deella; cerró la comunicación con la esca-lera secreta, y salió con dirección sin du-da á la cámara de su (i76)CAPITULO XXI. ¿ Cvyo ps oqiipl caballoque allá bajo relinchó? ¿ Cuyas son aquellas nrmasque están en el corredor? ¿ Cuya os aquella lanzaque desde aqui la veo yo?Canc. de Jiom. Anón, M, AS de una hora había pasado desdeque el intrigante viejo había sepultado ealetargo profundo á la incauta enlutada, yno había alterado en aquel espacio el masmínimo ruido la tranquilidad que en ellaboratorio reinaba. Por fin dos hombres , vestido el unode rica y vistosa seda, de tosco buriel elotro, armado aquel simplemente con unaespada , balanceando éste en sil diestramano un aguzado venablo, entraron en lapieza inmediata á la del astrólogo. ({77) —. ¿Con que está decidido, dijo Her-nando, que vais á ver á ese astrólogo? Citóme esta mañana , Hernando, repuso Macías, y no ha mucho que le hevisto en la cámara de su alteza. ^^Denhode una hora , me dijo , estaré en mi a—posento : esperadme , si ta
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