. Riverita . os, y la emprendió á todo correr hacia labarrera. No pudo saltarla. Antes que lo hiciese, eltoro le habÃ-a cogido por la parte posterior, y lehabÃ-a tirado al alto. Todos acudieron y sofocaronal becerro con los capotes. Pero Enrique, levantándose furioso contra él, é indignado contra sÃ-mismo por aquella vergonzosa huida, comenzó ágritar como un energúmeno:â¡Dejádmelo, dejád-melo!âY arrancando unas banderillas al primeroque encontró, se fué ciego, frenético hacia el toro,y se las clavó en el pescuezo, sufriendo por ello RIVERITA 9I una nueva cogida. Afortunadamente,


. Riverita . os, y la emprendió á todo correr hacia labarrera. No pudo saltarla. Antes que lo hiciese, eltoro le habÃ-a cogido por la parte posterior, y lehabÃ-a tirado al alto. Todos acudieron y sofocaronal becerro con los capotes. Pero Enrique, levantándose furioso contra él, é indignado contra sÃ-mismo por aquella vergonzosa huida, comenzó ágritar como un energúmeno:â¡Dejádmelo, dejád-melo!âY arrancando unas banderillas al primeroque encontró, se fué ciego, frenético hacia el toro,y se las clavó en el pescuezo, sufriendo por ello RIVERITA 9I una nueva cogida. Afortunadamente, ninguna delas dos tuvo serÃ-as consecuencias; los pantalonesrotos y algunas contusiones. Los espectadores,desternillados de risa, le aplaudÃ-an con calor yhasta le tiraron cigarros. Quedó muy ufano de este triunfo; tanto que,acercándose al sitio donde estaban Miguel y elCigarrero, le preguntó á éste: â¿Eh? ¿Qué le ha parecido á V., maestro? âNo ha tao malâcontestó el torero sonriendo. Vil. IGUEL no habÃ-a dejado de ser nuncauno de los socios más asiduos delAteneo. Aunque no tomaba parteen las discusiones sobre los pueblos semÃ-ticos, se habÃ-a hecho notar bastante en loscÃ-rculos privados que se formaban por las nochesen el vasto corredor del establecimiento, y se letenÃ-a por un amable y despejado compañero. Tra-bó amistad con otros jóvenes moluscos de los quemás bullÃ-an, y éstos no tardaron en comunicarlela fiebre de cargos honorÃ-ficos que á ellos les de-voraba. La ambición ardÃ-a en los pechos de losexploradores de la] raza semÃ-tica; apetecÃ-anse ybuscábanse con noble emulación los cargos de se-cretarios de las secciones. ¡Era tan brillante el le- 94 ARMANDO PALACIO VALDÃS yantarse en el comienzo de las sesiones á leer elacta de la anterior! Las intrigas tenebrosas me-nudeaban; las traiciones eran cosa corriente. Ha-bÃ-a dos bandos principales: el de los


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