. Cuentos hispanoamericanos. ta ! — volvieron a gritar en este instantedesde lo alto del castillo. — ¡ A buena hora mangas verdes! — dije para mí, apre-surando el paso y oprimiendo el boliche entre los dientes, con 20 una ansiedad digna por cierto de mejor cigarro. Llegué por fin al anhelado lugar. Era un ventorrillo de pobreapariencia, en el cual recordé haber estado una vez. Pedíuna copa de aguardiente, y me abalancé sin cumplidos haciael grosero mechón que ardía en el centro de la i Qué sabrosas me parecieron las primeras fumadas de aquelcigarro fementido! Tal era mi aturdimient


. Cuentos hispanoamericanos. ta ! — volvieron a gritar en este instantedesde lo alto del castillo. — ¡ A buena hora mangas verdes! — dije para mí, apre-surando el paso y oprimiendo el boliche entre los dientes, con 20 una ansiedad digna por cierto de mejor cigarro. Llegué por fin al anhelado lugar. Era un ventorrillo de pobreapariencia, en el cual recordé haber estado una vez. Pedíuna copa de aguardiente, y me abalancé sin cumplidos haciael grosero mechón que ardía en el centro de la i Qué sabrosas me parecieron las primeras fumadas de aquelcigarro fementido! Tal era mi aturdimiento al entrar, que ni siquiera reparé enla concurrencia de gente que invadía los departamentos con-tiguos e interiores de la tienda. El amo de ella celebraba el30 bautizo de una niña. Un repique de vihuela y güiro me anunció en aquel instanteel principio de uno de esos deliciosos jaleos del país, llamadosmerengues, sin duda por la dulce analogía. Miré instintivamente hacia el lado de la garita. Todas las. La Garita del Diablo 39 sombras de la noche parecían haberse amontonado sobre aquellugar. La obligación me llamaba sin embargo, y era precisovolver al abandonado puesto. Me asomé a una de las puertas que daban a la sala del baile,para satisfacer mi curiosidad de mozo antes de irme. 5 Yo no sé si el estado de mi espíritu, la excitación del aguar-diente o la fuerza del contraste entre la negra soledad de lagarita y el bullicioso cuadro que se presentaba ante mis ojos,o quizás todas estas circunstancias juntas, ejercieron en missentidos tan agradable fascinación. Lo cierto es que me sentí 10como transportado a un mundo ideal, a un paraíso de deleites. ¡ Qué chicas! . . Había entre todas una del color de las gitanillas de mi tierra— porque aquí donde usted me ve soy de Triana — había digo,una trigueñita de ojos de fuego que era toa sal, como se dice en 15Andalucía. ¡ Aquel cuerpo, y aquel aire, y aquel . . quésé yo! Perdone usted que me


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