La Mujer . ciudad. ¿Es esta Buenos Aires? —Sí, pues, Buenos Aires, capital federal de la Re-pública. ¿De dónde viene que no sabe? —De iifuera, donde sólo me han llegado las men-tas. Hace veinte años que vine la táliima vez y yaBuenos Aires no es Buenos Aires. Perdone, amigo. -?No hay de qué y tenga cuidado no le vayan áhacer el cuento del tío —añadió el vigilante retirándoseá su parada. —¿El cuento del tío?—repitió el paisano más ad-mirado que nunca. Mientras ña Cata, sofocada ante la inmensidadde gente que atravesaba calles y transitaba veredas,decíale: —Pero, en esta ciudad todo el mundo viV


La Mujer . ciudad. ¿Es esta Buenos Aires? —Sí, pues, Buenos Aires, capital federal de la Re-pública. ¿De dónde viene que no sabe? —De iifuera, donde sólo me han llegado las men-tas. Hace veinte años que vine la táliima vez y yaBuenos Aires no es Buenos Aires. Perdone, amigo. -?No hay de qué y tenga cuidado no le vayan áhacer el cuento del tío —añadió el vigilante retirándoseá su parada. —¿El cuento del tío?—repitió el paisano más ad-mirado que nunca. Mientras ña Cata, sofocada ante la inmensidadde gente que atravesaba calles y transitaba veredas,decíale: —Pero, en esta ciudad todo el mundo viV-e en lacalle. —Sí, pues, no vés que las casas se vuelven purastiendas. ¿No tienen hambre, rruchachos? Pues vamosá meternos en alguna fonda y co-meremos como Dios manda. Y siguieron unos tras otros mi-rando Pascual y ña Cata los letre-ros para caer en la buscada f^nda. Pero como todos los letreros queencontraba estaban en estrangisdaban vueltas v revueltas sin en--. contrarla hasta que decidieron volver á preguntarleal vigilante. —Nada más fácil—les contestó éste señalándolesun Restaurant franguis,—i\.\\í tienen una. —Pues ya podíamos estar buscando una fonda porel letrero. Gracias, amigo y perdone tanta molestia. Y Pascual, indicando á la familia que lo siguiera,se entró en el Restaurant fraugais. Pronto se hallaron en un salón inmenso lleno decomensales que comían, mozos que corrían de un ladoá otro, cientos de luces que oscilaban. Aquello lesespantó. — Caramba—murmuró Pascual,—esto es peor quehacer el aparte con la hacienda alzada. Mas, reponiéndose, agregó: —Pero ya estamos aquí y hay que hacer pata ancha. Vamos á ver si hay quien nos despache. Y empezó á golpear con las manos, á cuyo inusi-tado ruido todas las vistas se fijaron en la estrañafamilia. Un mozo, con la servilleta al hombro, acudió. — Aver—le dijo Pascual—si nos da de comer, pagando, se entiende. —A vostre dispositión, vi


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