La Mujer . Y uniendo la acción á la palabra arrastró comopudo un cuerpo tras otro y arrojólos en el pozo, dedonde, al caer, surgían ecos que semejaban retumbosde truenos apagados. Cuando hubo echado el úUimo de los cuerpos desus amigos volvió á sentirse contrariado. —Qué animal que soyl—dijo.—Los he echado á lacueva con los contratos y no tengo escalera que alcanee. •• ¿Qué hago? La noche era como esta: tronaba y llovía ¿ relámpagos penetraban por las rendijas de lapuerta como si fueran llamaradas de fuego. — Ah!—rugió de alegría el criminal, viendo unacuerda que había en un rincón.


La Mujer . Y uniendo la acción á la palabra arrastró comopudo un cuerpo tras otro y arrojólos en el pozo, dedonde, al caer, surgían ecos que semejaban retumbosde truenos apagados. Cuando hubo echado el úUimo de los cuerpos desus amigos volvió á sentirse contrariado. —Qué animal que soyl—dijo.—Los he echado á lacueva con los contratos y no tengo escalera que alcanee. •• ¿Qué hago? La noche era como esta: tronaba y llovía ¿ relámpagos penetraban por las rendijas de lapuerta como si fueran llamaradas de fuego. — Ah!—rugió de alegría el criminal, viendo unacuerda que había en un rincón. Tomóla con el aturdimiento de un loco, ató al pa-sador de la puerta una punta echando á la cueva elestremo y se arrojó por la cuerda; pero aún no habíade haber puesto el pie sobre elcuerpo de sus víctimas, cuando oyó-se un estrépito de puerta que se rom-pe de viento que en ráfagas vio-lentas apagaba el mechero, de cim-bramiento de cuerda que caía en lacueva y de l


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