La Mujer . aballero, y Dios se lo pague. Y después de indicarme dónde vivía,siguió á buen paso su camino. Antes de una hora estaba yo en su ca-sa, situada en uno de los barrios mas es-treñios de Madrid, y subía los desgastadosescalones, de una escalera larga, estrechay obscura. Al entrar en su guardilla pre-sencié un cuadro que verdaderamente mecontristó. En un rincónde aquel redu-cidísimo cuarto,cuyo techo bajoé inclinado, nome permitíapermanecer de-recho, había unjergón de paja,y en él echadauna niña comode cinco años,rubia pero conojos negros, ras-gados V expresi-vosy abrillanta- ,dos por l
La Mujer . aballero, y Dios se lo pague. Y después de indicarme dónde vivía,siguió á buen paso su camino. Antes de una hora estaba yo en su ca-sa, situada en uno de los barrios mas es-treñios de Madrid, y subía los desgastadosescalones, de una escalera larga, estrechay obscura. Al entrar en su guardilla pre-sencié un cuadro que verdaderamente mecontristó. En un rincónde aquel redu-cidísimo cuarto,cuyo techo bajoé inclinado, nome permitíapermanecer de-recho, había unjergón de paja,y en él echadauna niña comode cinco años,rubia pero conojos negros, ras-gados V expresi-vosy abrillanta- ,dos por la fiebreque la consu-mía. Una mantaagujereada erael único abrigoque la niña te-nía y al echaruna rápida mi-rada por la ha-bitación vi que todo su mobilia-rio consisiía enuna silla de paja•casi sin asiento,y un jarro des-portellado que contenía agua. Parecíaimposibe que en aquel zaquizamí, sucio,sin ventilación, en el que la luz penetrabapor una pequeña ventana cuvos cristales. verdosos le comunicaban un iristc aú:imas sombrío, pudieran vivir dos serestan delicados como aquellos. Pronto me convencí de qué se trataba:aquella niña de rostro tan dulce como ex-presivo, tenía hambre. Parece mentira que en el presente si-glo pueda conocerse todavía esa palabra,y, sin embargo, cuántas víctimas causadiariamente la miserial No son los verdaderos pobres los quemendigan por las calles, importunándo-nos con estudiados tonos sentimentales, >mostrándonos defectos repugnantes yaverdaderos, ya fingidos. No. Los verda-deros pobres son los que mueren de mi-seria sin atreverse á demostrarla; las víc-timas del silencio y de la vergüenza; }de esos se encuentran infinidad en lasgrandes ciudades. Son la carne de cañónde las batallas de la vida moderna. Aquella joven había sido educada bri-llantemente; su padre había sido catedrá-tico de la Universidad de Madrid, y consu modesto sueldo, (por cuanto que esospuestos, que tanto valen,porque represen-te
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