La Mujer . En cuanto á variedad de hortalizas, busquen ustedes las que quieran, que como sean de estación, alláha de estar entre aquellas numerosas montañas devegetales que son una bendición. Pues no enumeremos la cantidad, variedad y ca-lidad de frutas. Millones de naranjas, millones de pe-ras, duraznos, manzanas asi de grandotas; cientos ycientos de cachos de bananas, ananá ¿y uvas? do-cenas y docenas de La marl Ea, ya está todo preparado; ya está hecha la exposición cuotidiana, y ya pueden llegar los representan-tes de aquella otra media ciudad á surtirse de lo ne-cesario pa


La Mujer . En cuanto á variedad de hortalizas, busquen ustedes las que quieran, que como sean de estación, alláha de estar entre aquellas numerosas montañas devegetales que son una bendición. Pues no enumeremos la cantidad, variedad y ca-lidad de frutas. Millones de naranjas, millones de pe-ras, duraznos, manzanas asi de grandotas; cientos ycientos de cachos de bananas, ananá ¿y uvas? do-cenas y docenas de La marl Ea, ya está todo preparado; ya está hecha la exposición cuotidiana, y ya pueden llegar los representan-tes de aquella otra media ciudad á surtirse de lo ne-cesario para saciar al vientre de ese día, en relacióná ia fortuna y al gusto de cada No se hacen esperar. Ya van llegando, desde elmaitre dhotel de primera gerarquia, que acapara lomás escogido de lo mejor, hasta el fondero que cargacon los desperdicios por un vil precio, á obieto depoder ofrecer á su hambrienta clientela almuerzo ócomida por treinta centavos (sin vino): desde el ALBUM - REVISTA «LA MUJER. encopetado cocinero de casa grande (que no por serlosuele ser el mejor marchante ni mucho menos) hastael que va en busca de lo estrictamente necesario parauna comida al día—que no alcanza para más su mez-quino presupuesto; desde la dignísima señora que nose fía de los precios de su cocinera ó le gusta elegirlo que se ha de comer, hasta la acicalada mundanaque lleva al brazo su bonito cestillo de paja adornadode cintas, donde va colocando las partículas que com-pra para hacer la comida élla sola. y vense allí las más estrañas y curiosas catadu-ras al trapillo, codeándose con el grave bui^gués queregatea un centavo; puesteros que atienden con pala-


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