La Mujer . ¡ no temas! i no temas! Abrimos los ojos,porque nunca la dicha es eterna, quedando del sueñosolamente perennes las huellas. De nuestro delitosobre mÃ- descendió el anatema, el fallo, el castigo,el martirio, la burla y la El alma es arcanoy aunque el hombre juzgarla pretenda, podrá condenarlapero no comprender lo que encierra. Recuerdo muy poco;una un una mesa y un gran crucifijode pupilas radiantes y negras. Dos cosas muy grandes;dos jueces: dos leyes supremas: La Cruz para el alma,y un Pilatos para la materia. Los doctos hablaron;derramóse un cauda
La Mujer . ¡ no temas! i no temas! Abrimos los ojos,porque nunca la dicha es eterna, quedando del sueñosolamente perennes las huellas. De nuestro delitosobre mÃ- descendió el anatema, el fallo, el castigo,el martirio, la burla y la El alma es arcanoy aunque el hombre juzgarla pretenda, podrá condenarlapero no comprender lo que encierra. Recuerdo muy poco;una un una mesa y un gran crucifijode pupilas radiantes y negras. Dos cosas muy grandes;dos jueces: dos leyes supremas: La Cruz para el alma,y un Pilatos para la materia. Los doctos hablaron;derramóse un caudal do cieñ y ante el crucifijopronunció, no se quién, mi condena. Mis carnes se extinguenlaceradas jior duras cadenas que oprimeTi al cuerpo,lo y al alma no llegan. No pudo el verdugodestruir en sus garras la esencia:; Los cuerpos se abismanmientras, libres, las almas se elevan. Solo un juez e.\isteque á sufrir en silencio me alienta: .Vquel crucitijoque al mirarle me dijo: ¡¡No temas!!. I)K IMI l AÃ- Ii>N
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