La Mujer . blecidas por el mismo Dios en las con-diciones humanas llegasen á tan inocentes figuras. El Sr. Chanterelle escogió de entre aquellos juguetesuna muñeca vestida como la Princesa de Saboya á su lle-gada á Francia, y sonrió de satisfacción al pensar en laalegría que iba á causar á su nietecilla con tan preciosoregalo. Cuando Mme. Pinsón, la dueña del establecimiento, leentregó la Princesa de Saboya, perfectamente envueltaen papel de seda, la dió cortésmente las gracias y metién-dose la muñeca bajo el brazo, dirigióse á casa de Er-nestina. En la esquina de la calle del Arbol Seco, enco


La Mujer . blecidas por el mismo Dios en las con-diciones humanas llegasen á tan inocentes figuras. El Sr. Chanterelle escogió de entre aquellos juguetesuna muñeca vestida como la Princesa de Saboya á su lle-gada á Francia, y sonrió de satisfacción al pensar en laalegría que iba á causar á su nietecilla con tan preciosoregalo. Cuando Mme. Pinsón, la dueña del establecimiento, leentregó la Princesa de Saboya, perfectamente envueltaen papel de seda, la dió cortésmente las gracias y metién-dose la muñeca bajo el brazo, dirigióse á casa de Er-nestina. En la esquina de la calle del Arbol Seco, encontrósecon un amigo, el Sr. Spon, hombre de gran nariz y de nomenor intransigencia en las cuestiones religiosas. —Buenos días, Sr. Spon—di jóle en cuanto le divisó.—Le deseo buen año, y pido á Dios que cumpla en todo losdeseos de usted. —¡Oh, amigo mío! No hable usted de ese modo—ex-clamó el Sr. Spon. — Sólo por castigarnos es por lo queDios satisface nuestros —Tiene usted mucha razón. No sabemos conocernuestros verdaderos intereses. Tal y como usted me ve,soy el mejor ejemplo para el caso. He estado creyendoque la enfermedad que vengo padeciendo hace mas de dosaños era un mal, y hoy he llegado á comprender que. porel contrario, ha sido un bien inmenso, puesto que me ha obligado á abandonar la abominable vida que hacía. Estaenfermedad, que imposibilita mis piernas y turba mi ima-ginación, es, á mi ver, el sello de la infinita bondad ¿Pero no me hará usted el honor de acompañar-me hasta casa de mi nieta Ernestina? La llevo el regalode Año A estas palabras levantó el señor Spon los brazos yexclamó con acento irritado: —¡Qué dice usted! ¿Cómo es posible que haciendo unavida santa y retirada, vaya usted á dar en los vicios delsiglo? —¡Ay! Pues yo no creía dar en esos vicios—respon-dió tembloroso el señor Chanterelle.—¿Es posible que seatan grave mal regalar una muñeca á mi Ernest


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